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Horizons et debats  >  archives  >  2010  >  N°3, 25 janvier 2010  >  Islandia y el carácter demoníaco del dinero [Imprimer]

Islandia y el carácter demoníaco del dinero

Como uno de los países más ricos del mundo se desmoronó de un día para otro y las lecciones a extraer de ello

por Bruno Bandulet

En el verano del 2006, cuando volé a Islandia para observar el milagro económico en el círculo polar y encontrarme con representantes del banco central y del Kaupthing, el banco privado más grande, era inimaginable que esa economía tan desarrollada pudiera desmoronarse en sólo algunos días, en octubre de 2008. El producto nacional bruto (PNB) por habitante era más elevado que el de EE.UU., el de Alemania y del Reino Unido. El sistema de jubilaciones era ejemplar y estaba respaldado por capital; la deuda del estado era sólo del 27% del producto interno bruto (PIB), el presupuesto del gobierno era excedente; la solvencia de los préstamos estatales era AAA (la más alta solvencia), y el sistema fiscal con sus tasas muy elevadas, era un modelo para toda Europa.

Islandia – laboratorio y presagio fatídico

Ciertamente, ya en 2006 el endeudamiento del sector privado y el enorme déficit de la balanza de pagos (ver Gold&Money Intelligence agosto/septiembre 2006) significaban riesgos, pero en los dos años siguientes han tenido que sumarse otros factores agravantes, para que el sistema financiero y económico llegara a desmoronarse. En el año 2008, el pequeño país Islandia devino un laboratorio y un presagio fatídico para todo el sistema financiero occidental basado en dinero sin respaldo. Surge la pregunta, si algo similar puede sucederle también a otros países. Sin embargo, los tres grandes bancos privados islandeses no habían participado ni en la burbuja informática que explotó en el 2000, ni habían invertido en papeles inmobiliarios sin valor, que en 2008 produjeron el crash en Europa y EE.UU. En una lista del manager asesor Arthur D. Little sobre los bancos europeos más eficientes, Kaupthing ocupaba el segundo lugar en 2006. Y aún el 5 de diciembre de 2007, el UBS escribió sobre los mismos bancos que en 2008 quebrarían: «Los bancos están bien administrados y pueden demostrar una balanza positiva como inversores inteligentes».
Como siempre en esos casos, la catástrofe resulta de una combinación de errores propios y ajenos. Kaupthing y los otros habían participado en empresas suecas y británicas (por supuesto a crédito) de tal modo que sus activos, antes del colapso, habían ascendido a 200 mil millones de dólares, es decir 11 veces más que el producto interno bruto. La relación fue tan alta como en Suiza, pero muy diferente por dos razones: primero, más de dos tercios de las deudas que se habían acumulado en el sector privado de Islandia (no del gobierno!) consistían en moneda extranjera; segundo, cuando la situación se tornó crítica, no había un banco central que pudiera actuar como prestamista de último recurso. El banco central (Sedlabanki) no contaba en 2008 con las necesarias reservas de divisas. No podía imprimir dólares o euros, en todo caso coronas islandesas, pero estas no eran aceptadas para el pago de deudas externas. Entonces, la primera conclusión: cuando una nación tiene un gran déficit en la balanza de pagos y se endeuda altamente con el exterior (que es también el caso de EE.UU.) debería poseer una moneda que sea aceptada a nivel internacional y que ella misma puede fabricar a voluntad. Para EE.UU. el juego se tornará peligroso cuando el exterior no quiera acumular más dólares.
Es fácil de entender por qué Islandia era vulnerable. Pero ella no se cayó por sí sola en el abismo, hubo que empujarla. Y de eso se encargaron los fondos especulativos británicos, y también el gobierno de Gordon Brown, la siniestra Albion. Ásgeir Jónsson, economista jefe del Kaupthing Bank relata en su libro como el drama se puso en escena. El libro está bien traducido y se lee como una novela policial. El autor sabe explicar de manera comprensible aún los hechos complejos.
Lo que resulta interesante es que lo lograron recién en la segunda tentativa. Los fondos especulativos comenzaron con su primer ataque en el invierno de 2005/2006, cuando la corona islandesa devino la favorita de los carry traders, cuando el banco central no hacía nada para frenar la fabricación tan rápida de dinero y cuando la economía y la bolsa estaban peligrosamente recalentadas. Jónsson muestra también como los fondos especulativos iban a la caza, como el ataque fue preparado dentro de un club informal de 50 de esos fondos (cotización de los miembros a partir de 50 000 dólares), como la corona y las acciones del banco se vendieron al descubierto y como, paralelamente, la depresión fue atizada con los Credit Default Swaps (contratos de seguros contra pérdidas). Un juego triple en el cual los efectos de los tres instrumentos se reforzaban mutuamente. Esto funcionó un par de meses, hasta que el gobierno islandés reaccionó, en un caso incluso hizo un reclamo oficial, y hasta que la norteamericana Morgan Stanley recomendó a sus clientes, de invertir nuevamente en las acciones de los bancos islandeses, porque «no se podía empujar al país hacia la bancarrota». A fines de mayo de 2006, por el momento, la pesadilla había terminado.
Pero como se hizo evidente en 2008, «la crisis de los geysir» de 2006, fue sólo un preludio y un último aviso. Según Jónsson, si los bancos hubieran sacado las consecuencias, ellos habrían podido vender sus participaciones financieras en el extranjero «con un beneficio considerable». Pero el trágico fin ya se entrevió el 31 de enero de 2008, cuando un grupo ambiguo de managers de fondos especulativos, invitados por los bancos norteamericanos Merrill Lynch y Bear Stearns, se encontraron en el Hotel 101 en Reykjavik. Jónsson recuerda que la conversación se hizo cada vez más sarcástica, los managers se jactaban de sus ventas al descubierto y después se trasladaron a un bar donde el vino corría a torrentes, hasta que el primero de ellos quedó tendido en el suelo. La táctica era la misma que en 2006, pero esta vez la ironía de la historia fue que algunos de los bancos norteamericanos que estaban involucrados, quebraron antes que los bancos islandeses.
Después de la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008, y que el mercado interbancario se había desmoronado, los institutos islandeses no pudieron resistir. El 6 de octubre, el gobierno anunció una ley de emergencia: el 7 de octubre se nacionalizaron Glitnir y Landsbanki y el 9 de octubre Kaupthing. En los últimos días de septiembre, Islandia había vivido una afluencia de gente comparable a la de los años 30. Frente a los bancos en Reykjavik se formaban largas colas de clientes que venían a vaciar sus cuentas, hasta que sólo quedaron pocos billetes de 5000 coronas – el de más alto valor. El gobierno hizo imprimir dinero fresco en el exterior. En el este de la isla hubo pequeñas revueltas entre los trabajadores inmigrantes polacos, los negocios de productos alimentarios estaban repletos de gente que venían a aprovisionarse, y muchos que desconfiaban del papel moneda, compraban artículos de lujo como botellas de Bordeaux o de cognac y relojes Rolex. Ese tipo de pánico casi hubiera podido tener lugar en Europa y EE.UU. Eso demuestra que la aceptación de una moneda sin respaldo es finalmente una cuestión de confianza.

El extranjero niega su apoyo y formula exigencias escandalosas

La Federal Reserve norteamericana, el Bank of England y el Banco central europeo dejaron a los islandeses abandonados a su suerte.
No sólo eso. La inspección de las finanzas británicas confiscó las operaciones del depósito de Kaupthing y empujó a la quiebra a su sucursal Singer & Friedländer, la que en septiembre aún nadaba en oro.
Otros capitales islandeses fueron congelados por el gobierno de Gordon Brown basándose en la ley antiterrorista de 2001, y el 8 de octubre el primer ministro Brown incluso hizo poner el Banco central islandés y el Ministerio de finanzas islandés en la misma lista de terroristas donde ya figuraban Al-Qaida y los talibanes. Desde entonces, la reputación de Londres como bastión de la seguridad del derecho, está gravemente deteriorada. Gordon Brown se apresuró en declarar al país «en quiebra«, lo que era falso, tanto en ese momento como lo es hoy.
El gobierno de Reykjavik continúa respondiendo por sus deudas, las que ciertamente durante la crisis han aumentado explosivamente; en 2010 se calcula que alcanzarán un punto culminante del 140% del PIB (se calcula que la mitad es en coronas y la mitad en moneda extranjera). Acuciada por Londres, la UE presiona brutalmente para hacer responsable de las deudas de los bancos al gobierno islandés y con ello a los contribuyentes, lo que ningún otro estado soberano aceptaría. No es exagerado de compararlo con el tratado de Versalles y sus consecuencias financieras. Se trataba obviamente de sentar un ejemplo: someter financieramente a toda una generación.
Ahora, gracias al control de los capitales, las presiones sobre la corona han disminuído. En el momento culminante de la crisis, ésta había bajado a 300 con relación al euro, pero últimamente el curso onshore (en Islandia) se ha establecido en 184 y offshore (en Londres) en aproximadamente 220. Mientras que la economía está todavía en recesión, el balance comercial de Islandia ya es netamente positivo, de manera tal que el país tiene posibilidades de recuperarse en un futuro próximo – siempre y cuando sean equitativas las condiciones de la UE y el FMI para el reembolso de la deuda. Por ejemplo, ¿por qué los islandeses tendrían que pagar por las deudas extranjeras del Landsbanki/Icesave que representan el 60% de la actividad económica del país? Las exigencias británicas son escandalosas e inmorales.
Pero aún en el mejor de los casos, se necesitarán algunos años para que el sistema económico y financiero se estabilice. Los ingresos reales y con ello el nivel de vida han decaído, la desocupación ha llegado al nivel de Alemania. Los más perjudicados son los que poseían reservas de dinero. El mercado de las acciones ha perdido un 95%; en la bolsa, no se negocian casi títulos del país. Pero también los precios reales de las viviendas (adaptados a la inflación) han bajado en un 20% en 2009. Según un pronóstico del banco central, bajarán otro 25% en 2010. Los inversores privados del país que poseían préstamos de empresas han perdido prácticamente todo. Aquellos que habían depositado su dinero en el banco no han perdido en valor nominal pero mucho en valor adquisitivo, a causa de la inflación por momentos muy fuerte, aunque ahora ha disminuído. Las inversiones más seguras eran los préstamos indexados a la inflación, los llamados fondos HFF. Los fondos de pensiones sobrevivieron relativamente bien la crisis, porque ellos habían invertido la mitad de su capital en acciones en coronas indexadas a la inflación (y una pequeña parte en acciones extranjeras). La mejor de las inversiones hubiera sido el oro. Pero antes de la crisis, en Islandia casi nadie pensaba en comprar monedas o lingotes de oro; ahora, a raíz del control de capitales no se obtiene oro en la isla, aun cuando no esté prohibido poseerlo. Todos los que en occidente teman lo peor para los próximos años harían bien en estudiar el caso de Islandia. Se puede sacar una serie de enseñanzas útiles.
¿Y los fondos especulativos? Después de haber ganado mucho dinero vendiendo coronas y acciones bancarias al descubierto, han modificado su táctica en el punto culminante de la crisis; ellos compraron préstamos bancarios por sumas irrisorias y pudieron así multiplicar por seis su inversión. Cuando los bancos insolventes hayan sido liquidados, éstos pasan a pertenecer a los acreedores extranjeros, es decir a los poseedores de los préstamos. Siempre hay uno que gana. Los islandeses se solidarizan, leen más libros que nunca, compran sólo artículos del país en lugar de extranjeros, y responden a la crisis con cantidades de recién nacidos. Así reacciona un pueblo que a pesar de todo tiene confianza en el futuro.    •

Fuente: Gold & Money Intelligence, Bandulet Verlag GmbH, Kurhausstr. 12, D-97688 Bad Kissingen. (Tel: +49 971 682 57 Fax: +49 971 690 56)
www.bandulet.de
(Traducción Horizons et débats)